París, 11 jun (EFE).- El español Rafael Nadal, ganador en
trece ediciones, cayó en semifinales de Roland Garros frente al serbio Novak
Djokovic, 3-6, 6-3, 7-6(4) y 6-2 en 4 horas y 11 minutos, que jugará la final
contra el griego Stefanos Tsitsipas.
Es la tercera derrota que sufre Nadal en París en 108
duelos, la segunda a manos del serbio, número 1 del mundo, el único que ha
logrado derrotarle en la arcilla francesa junto al sueco Robin Soderling.
Fue tras un partido inmenso, un homenaje al tenis sobre
arcilla entre los dos mejores tenistas en esa superficie, un premio
extraordinario para el serbio que, por fin, logró derrotar al español en
plenitud de sus condiciones.
En 2015 lo hizo con un Rafa mermado física y
psicológicamente y los otros fueron todos triunfos del español.
Fue un duelo en el que los dos tenistas mostraron que son
capaces de quebrar las leyes del tenis, las leyes antipandemia, las leyes de la
naturaleza. El público pudo asistir al espectáculo hasta el final, porque las
autoridades se lo permitieron pese al toque de queda.
Nadal sacó la apisonadora desde el inicio, levantó dos bolas
de rotura y puso la directa para colocarse 5-0. El serbio tardó 35 minutos en
anotar un punto, pero cuando lo hizo encadenó 3, tras hacer buena la quinta bola
de quiebre y levantar dos puntos de set del español.
No se descompuso Nadal, que aguardó su siguiente saque para
cerrar la manga, una hora después del inicio.
La mejoría de Djokovic en el final del primer set se
confirmó en el segundo, el serbio estuvo más incisivo, más asentado en su
servicio y, sobre todo, más agresivo en el resto, lo que hizo sangre en el
juego de Nadal, obligado a ir al límite.
El español se defendió y se creó sus oportunidades, pero no
estuvo fino a la hora de apuntárselas. Hasta cinco bolas de rotura desperdició,
por una única anotada.
El empate no sentó bien a Nadal, desdibujado, timorato con
su servicio, agredido con el resto, que no carburó, lo que dio alas al serbio,
agresivo al resto, siempre metiendo presión al español, que parecía condenado a
la deriva.
Caía la noche en París y Nadal daba su peor cara, colgado de
un hilo, pendiente de un soplido del serbio, aferrado a base de coraje,
sometido a un acoso sin piedad.
Con 5-4 servía Djokovic para llevarse el parcial, pero Nadal
siempre vende cara su piel. Reaccionó para empatar a 5 y aceleró para gozar, en
el siguiente juego, de una bola de set.
El serbio se rehizo, la levantó y forzó el juego de
desempate, donde fue más sólido para colocarse 2-1.
El espectáculo era tremendo en la pista y la grada no quería
perdérselo. '¡No nos iremos, no nos iremos!', coreaban los 5.000 aficionados
autorizados, mientras se acercaba el toque de queda de las 23 horas.
Mientras los jugadores se retiraban a vestuarios, cuando la
carroza iba a convertirse en calabaza, la megafonía anunció contra todo
pronóstico que, de acuerdo con las autoridades francesas, podían permanecer.
Parecía difícil evacuar. Aplausos y algarabía en las gradas, júbilo para seguir
viendo el fantástico duelo de titanes. '¡Merci Macron!' y que siga el
espectáculo.
Suena La Marsellesa y prosigue la batalla. Toma y daca.
Empezó golpeando el español, que arrebató el servicio del número 1, pero su
reacción fue rápida, lo recuperó al cuarto y ahí apareció su mejor versión, la
que necesitaba para doblegar al 13 veces campeón.
Nadal pidió asistencia para quitarse un vendaje del pie
izquierdo y Djokovic olió la sangre, avanzó peones y arrinconó al español, que
veía como de nuevo se abrían vías de agua en su línea de flotación.
La noche era ya cerrada y el público sentía que asistía a un
momento histórico. Su aliento no era suficiente. La ovación cuando se retiró
fue emotiva. Mañana, cuando amanezca de nuevo en París, el único Nadal que
podrá verse en Roland Garros será el de acero que, para siempre, adorna el
torneo en homenaje a rey.